El sol resaltaba las oxidadas paredes de la choza mostrando los pocos muebles destartalados que contenía y una ventana rota, la cuál no sólo no servía para disminuir el calor abrasador, sino que mostraba la absoluta pobreza del poblado, mitad de él derruido. Una manta de polvo y arena cubría la desolada ciudad; los habitantes muertos de hambre se movían en la perdida vida que les tocaba vivir, sin fin, ni sentido, destruyendo parte de humanidad que tenían. La delincuencia formaba parte de la realidad, donde lo importante era sobrevivir, sin importar nada más; el hambre estaba en la piel de todos, calando en sus huesos, la sed destruyendo los tejidos, mientras que las enfermedades penetraban hasta el fondo, fulminando las células y degradando el cuerpo.
La mirada negra proveniente de esa ventana rota, miraba con profunda tristeza, sin entender porque había tanto sufrimiento, porque tanto dolor, porque tantas guerras, porque tanto odio...porqué. La mirada repasó la casa, ensombreciendo las sombras, resaltando la madera hastiada de las sillas, la pata rota de la mesa. Una lágrima cristalina rodeó la mejilla amoratada y cayó al suelo embarrado, para formar parte del caos. Una mano recogió los mechones negros caídos delante de la cara, para depositarlos detrás de la oreja sin lóbulo, después de retirar los restos de lágrimas. La hora de la comida estaba llegando, levantándose posó unos pies raquíticos en el barro y se dirigió a la salida. El calor se multiplicó, provocando que una gota de sudor recorriese su espalda; unas manos asían la ropa hecha jirones pidiendo ayuda, sin obtener resultados. Unos hombres con cajas repartían comida y objetos al revuelto gentío, provocando risas de ansiedad, lágrimas de felicidad y sonrisas de esperanza. Acercándose, se introdujo por entre la gente y la negra mirada coincidió con la de uno de esos hombres que cogiendo una muñeca de la caja, se la entregó con una sonrisa. La cogió, observando la figura del juguete miró al hombre mostrando una gran sonrisa de felicidad. Pasando entre el revuelto de personas, se dirigió a su choza ignorando el hambre, sintiéndose alegre, corrió llegando a su puerta medio caída y entrando en la seguridad de su hogar, empezó a jugar con su muñeca. Cuando un sonido fuerte y seco hizo que se le cayera de las manos el juguete, el corazón bailando en el pecho, una mirada de terror descompuso su cara, acercándose a la ventana, contempló la muerte. Los gritos entraban por la puerta envolviéndolo todo como una mancha roja; los disparos iban y venían, los hombres se marchaban, la gente en el suelo. Hasta que todo paró, partículas de arena suspendidas en el aire dificultaban la visión, el sonido apagado impulsó su salida, quedándose petrificada, mirando cuerpos inertes en el suelo, jadeos de dolor atacaban sus oídos. Mirando al horizonte el cielo era azul sin rastros de nubes, pero todo se volvió negro, perdió el equilibrio y cayó al vacío. La cabellera negra desparramada en la arena, un líquido rojo se deslizaba por las ropas raídas, un intenso dolor hizo brotar de unos labios resecos un grito de angustia, las mejillas húmedas, el semblante pálido formaba una imagen horrenda. Los brazos del hombre rodearon el cuerpo inerte, lo llevó hasta un terraplén y cavando con las manos enterró el cuerpo, cerrando para siempre la negra mirada de inocencia.
Todo seguía igual, el cielo azul, la tierra embarrada y la muerte suspendida en el ambiente.
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