La realidad de uno no es la misma que la de otro



Estaba cansada de lo mismo. Del miedo al futuro, del miedo a quedarse sin nada. Fanny había aprendido a base de palos en su infancia que el dinero era un objeto de gran valor y que sin él sólo podía acabar en la calle debajo de un puente. O lo que era peor, acabar muerta de hambre. Antes todo había sido sencillo, lo había tenido todo. No sabía el valor que tenían las cosas sólo por el mero hecho de tenerlas todas y con la mayor rapidez posible. Nunca le había faltado de nada, hasta que un día todo cambió. Sus padres se arruinaron, se quedaron con deudas y ninguna propiedad. Fanny juró que a ella nunca le iba a pasar lo que ha sus padres les pasó. Todos los días miraba a su alrededor con rencor. La casa era pequeña, olía mal, la gente era vulgar, la calle era sucia, había demasiado ruido por las noches...Nada la consolaba sólo el hecho de saber que trabajaría tanto para no tener que volver a pasar por aquello. Terminó sus estudios, encontró un trabajo mediocre. Trabajó cómo nunca nadie lo había hecho. La vida tampoco le había dado muchas alegrías, pero pudo conseguir una casa pequeña y limpia y mantenerse con un sueldo respetable.
Sus padres seguían en aquella casa, felices y sin más pretensiones que vivir su jubilación tranquilos y sin sobresaltos. Fanny nunca entendería porque habían decidido quedarse en esa casa cochambrosa cuando ella podía haberles comprado una casa mejor.
Unos años más tarde se casó. Su marido era un rico empresario de la construcción. Juntos fueron felices, sin contar con las peleas por el dinero de uno o de otro. Ella porque sus ahorros eran suyos y él porque el dinero de la casa y de todos los gastos, provenían de él. Fanny siempre conseguía terminar las discusiones con un portazo. Marty, su marido, no era feliz aunque de cara a la galería lo pretendiese. Hacia muchos años que había conocido a una chica guapa e inteligente de la que se había enamorado. Aunque no quería separase de Fanny, ella estaba consiguiendo mucho dinero a través de su nuevo negocio. Esperaba el momento de poder conseguir todo el dinero que ella le había mangoneado y dejarla.
Fanny se sentía poderosa. Gracias a su negocio de planchadoras a domicilio había conseguido una gran fortuna. Y a su marido le tenía bien cogido por los huevos. Sabía que traficaba drogas, de ahí su enorme fortuna. A ella al principio le había preocupado, pero viendo que nunca pasaba nada y que él sólo daba órdenes desde su despacho. Tumbada encima de todo su dinero ganada en uno de sus mejores meses, sonría feliz y burlona imaginando a sus padres que seguían en aquella casa en ruinas, de la que a base de esfuerzo habían conseguido comprar. Sus deudas por el mal negocio que les hizo quebrar en aquellos tiempos, fueron pagadas, en parte gracias a ella.
Su marido le dijo que no podían seguir así. Al principio la había querido pero se dio cuenta al final que ella sólo le había querido por su dinero. Ahora la dejaba plantada, se iba a divorciar de ella y casarse con su verdadero amor. Mientras le iba a quitar todo el dinero que pudiese para vengarse. Fanny veía con lágrimas en los ojos como su marido, del que en el fondo estaba enamorada, se iba con otra mujer y le dejaba sin la mitad de su dinero. Cómo la otra chica había tenido un hijo de su ex-marido, le habían quitado la casa.
No tenía donde ir. Todavía tenía dinero pero no tenía fuerzas. Se había dado cuenta de que había desperdiciado toda su vida por la ambición del dinero. Estaba sola, sin hijos, sin nadie a quién amar, sin familia...Fanny recordó el entierro de su padre y un poco más tarde el de su madre. Hacia mucho tiempo que no les había ido a visitar, se había enterado de sus muertes por parte de una abogada. No había herencia. La casa se la habían vendido a otra persona. Sólo le quedaba una carta. Dónde unas pequeñas palabras seguían apareciéndole en la cabeza. "Hija, te queremos. Siempre te hemos querido. Te has portado mal, has cometido errores. Nosotros también. No te supimos educar. No te enseñamos el valor de la superación, del calor familiar, del amor. Te hundimos cuando nos arruinamos y nunca nos hemos podido perdonar por ello. Sólo queremos decirte que te perdonamos todo lo que has echo y que esperamos que tú también puedas perdonarnos. Adiós"
Adiós, adiós...
Fanny se retiró las lágrimas de la cara. Arrodilla en la tumba de sus padres extiendió la mano en la lápida y los perdonó. Pero no se perdonó a sí misma. Con el ánimo de sufrir aún más, volvió a la casa de sus padres. Esa que para ella era lo peor del mundo. Seguía igual, con el único cambio que ya no estaban ellos. El barrio seguía sucio, sin luz, con gente pobre...Un rayo de luz iluminó la puerta del edificio. Una señora mayor se acercó a ella y la sonrió. Era la mujer que le traía el pan todas las mañanas. El ruido de la ventana de su antiguo cuarto resonó en la calle. Miró a lo alto y vio la ventana. Gris y solitaria. Se imaginó cómo de distinto sería con unas flores rojas en el alfeizar de la ventana. Un cachorro de perro se le acercó y empezó a juguetear por sus piernas. Fanny se agachó y sonrió. El dueño apareció de repente. Fanny se fijó en sus ojos. Negros como el carbón, taladrando su alma.
-¿La conozco de algo?
El niño que todos las tardes la veía desde el coche de la vuelta de su colegió, un mercedes. Fanny se acordaba, su envidia y su avaricia eran enormes en esos momentos.
-¿Sabe quién vive en el primer piso?
El hombre alzó las cejas sorprendido.
-Yo.
Fanny miró a esos ojos negros con sorpresa. Un rayo de luz iluminó la cara del hombre. El reconocimiento fue evidente en su rostro, puesto que una sonrisa se extendió por su madura cara. El cachorro interrumpió el momento ladrando. Fanny se dio cuenta de las vueltas que daba la vida. Cómo en un momento se estaba arriba y en otro abajo. Volvió a mirar a los ojos negros. Y nada volvió a ser lo mismo.

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